El escritor Dan Brown ha
establecido fuertes medidas de seguridad para la traducción de su nueva novela Inferno que saldrá a la luz esta semana.
Aunque parezca increíble, los traductores han estado trabajando en un búnker
durante dos meses, según palabras de los propios traductores, mientras
realizaban su trabajo, con el fin de evitar que se filtrara absolutamente nada sobre
la nueva obra.
Su publicación se espera para el
próximo 16 de mayo y antes de su lanzamiento ya está previsto realizar la
versión cinematográfica para sacarle mayor partido como ocurriera con sus
anteriores novelas.
La historia de los traductores de
la novela comienza el pasado 18 de febrero. En Milán. Más concretamente, en un
búnker del edificio de la editorial Mondadori a las afueras de la ciudad. Allí
se reúnen 11 personas de distintas procedencias: Alemania, Francia, España,
Italia, Brasil. Antes de entrar en el escondite les requisan los teléfonos
móviles. Tampoco les permitirán utilizar Internet para comunicarse con el
exterior. Solo trabajar, trabajar y trabajar.
Durante dos meses, una furgoneta
los recogía en su hotel por la mañana y los llevaba a su búnker de trabajo, de
donde salían a las 9 de la noche. Y de vuelta al hotel. Domingos incluidos.
Todos sus movimientos quedaban registrados: ‘Pausa para café’. ‘Comida’. ‘Breve
paseo’. Asimismo, estaban controlados por un equipo de seguridad con la misión
de garantizar que ningún documento saliera del búnker y que ninguno de los
traductores se comunicara con el mundo exterior. Ninguno de los once
profesionales pudo desvelar su paradero real: tuvieron que buscar una coartada
para ausentarse durante dos largos meses de sus casas.
En un principio las medidas de
seguridad adoptadas para la traducción de la obra pudieran parecer exageradas
pero por otro lado las cifras económicas que se manejan son ingentes. El Código Da Vinci superó los 80 millones
de ejemplares vendidos en todo el mundo y la recaudación por las adaptaciones
cinematográficas superó los 1.000 millones de dólares, por lo que ninguna
editorial quería ver cómo su tan esperada nueva novela se filtraba a la red. La
cuestión es la siguiente: ante estos grandes intereses económicos, ¿se debe
dejar de confiar en la ética y la deontología de los traductores? Hay quien
afirma que no se trata de ética puesto que en este tipo de casos alguna persona
cercana a los profesionales, o incluso un hacker, podría robar la información
aunque los traductores respeten a conciencia las normas de la profesión.
La polémica está servida.
Fuente: El País
Fuente: El País
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